Horacio o yo

-Horacio o yo, Roberto. Elegí te digo, tenés que elegir. Entendé por favor que su voz me exaspera y su barba me acelera las pulsaciones del corazón. Y me da como una taquicardia Roberto, t-a-q-u-i-c-a-r-d-i-a. ¡Me escuchás por favor!

-Mirá querida Estela, esposa de mi corazón, Horacio es un sentimiento, Horacio es un ciclón. Me gusta escucharlo y cantarlo y te voy avisando que nunca, pero nunnnca he de dejarlo.

-Me lastimas Roberto, me lastimas. Si quieres me dejo la barba y le empiezo a dar al tinto en jarra, pero la idea de vivir con ese hombre en casa... creo que hasta prefiero vivir con los cantores del Alba en un monoambiente y sin terraza.

-Estela nos hieres, Horacio es el mejor y sus letras llegan a mi corazón provocando un temblor.

-No sigas, detente, que voy a pensar que lo prefieres a él más que a mis pastelitos calientes, de membrillo, de batata, con los que siempre te atragantas.

-¡Ay, Estela! No me digas esas cosas que me agarra hambre y que mejor que engullir tus manjares tomando un poco de aire y escuchándolo a él cantar sus melodías y viendo como la mañana se transforma en medio día.

-Roberto, me voy, me voy de esta casa. O no, mejor te vas vos, ándate a la casa de tu tía.

-Estela u Horacio. Estela mi colibrí, Horacio mi Guaraní. A que duras pruebas nos somete la vida. Vida desgraciada que me hace elegir entre mi Horacio o mi desposada. Debo pensar, a quién prefiero si a la persona que ilumina mi vida y alegra mis días desinteresadamente o a la loca demente con la que un día distraído me case en San Vicente.

-Te estoy escuchando malvado, siempre haces lo mismo, en vez de pensar en voz baja lo haces gritando, cuando tus pensamientos deberían ser privados. ¿Así que él es el que ilumina tu vida y yo la que te encandila haciendo sufrir a tus desafortunadas pupilas? ¿Conmigo te casaste distraído un día y a él lo elegiste de entre todos los compactos de la disquería? Ok, Roberto esto se termina y que los pastelitos te los cocine tu prima.

-No, Estela no sufras, que a vos te quiero tanto como a mis pantuflas, las grises esas que están todas raídas desde aquel día que me las tiraste en las vías del tren enojada quién sabe por qué. ¡Ah! Ahora me acuerdo por qué fue, fue el día que Horacio apareció en mi vida.

-Mirá Roberto yo sólo una cosa te digo y es que hoy he decidido que mi paciencia tiene un límite y tú lo has excedido. Así que ahora vete. Vete y no vuelvas por que ya nada tienes que hacer aquí. Vete con tu disco compacto y por favor olvídate de mí.

-Está bien, como Horacio lo predijo, cuando te empieces a quedar solo nada mejor que recordar que si el vino viene, viene la vida. Así que hoy querida yo me despido y me voy de esta casa. Lo único que me llevo es mi taza y el póster de Valeria Mazza.  Y me iré escuchando en mi disc-man a Horacio, buscando algún abrigo y un buen tinto para compartir con mi amigo.

-Adiós mi amor desgraciado, te he perdido pero sé que volverás por que de tu efectivo no dispondrás. Acordate aquel día borracho pusiste todo a mi nombre y por más que te asombre, en este momento eres un hombre pobre. Ni para las pilas del disc-man vas a tener y entonces ¿qué harás? Déjame decírtelo: volverás. Y yo te abriré la puerta pero Horacio a menos que este muerta podrá atravesar esta puerta. Adiós, mi amor, adiós.

-Maldita mujer del demonio no me asustas. Tal vez vuelva es cierto pero con una legión de abogados. Y terminaremos con esto de una vez por todas, y no pararé hasta que Horacio y yo nos hayamos reinstalado. Adiós bruja, adiós.

Volver