Teodoro Paz

Teodoro Paz, podría parecer para el simple espectador, uno más, una persona corriente, con una vida corriente, que siempre sigue la corriente, y por supuesto vive sobre la calle Corrientes. Pero no, él no era nada de eso. Él había descubierto un lugar, donde por lo menos él encontraba la felicidad. Ni el déficit fiscal, ni la reelección de Menem, ni el stress urbano podían perturbarlo.

Todos los días, a las cuatro de la tarde terminaba su trabajo en la oficina, cortaba una flor del florero que se encontraban en el hall de su edificio, la acomodaba en su ojal y salía apurado hacia su paraíso. Caminaba hasta el café Casablanca (el paraíso) fundado en 1925 y se sentaba en el centro del salón, en su mesa favorita, la que tenía mejor vista. Y allí comenzaba el ritual de la felicidad, como a Teodoro le gustaba llamarlo.

El rito empezaba con un rápido reconocimiento de las personas ubicadas a su alrededor. Ya tenía ubicados a los habitués del lugar, y tenía un nombre para cada uno, no conocía los verdaderos nombres, y tampoco le importaban, era solamente un rótulo que le servía a él para poder ordenar y elaborar sus historias.

A las 1000, estaba Mariana, la estudiante, siempre tapada de libros y con el ceño fruncido. “¡Pobrecita! Ni novio ni perro que le ladre debe tener esta.” pensaba Teodoro, tan jovencita y tan amargada.. ¡Gracias, Mariana.!

A las 1500 se encontraba Roberto, el acartonado contador que nunca hacía nada, pero verlo no más daba pena, en realidad eran suposiciones de Teodoro de que este personaje era contador, ya que él detestaba la contabilidad y alguien con la cara de pobrecito que tenía Roberto debía ser seguramente contador que otra cosa podía ser. ¡Gracias, Roberto!

Sabía que a sus espaldas estaba José, el mozo, golpeando y maldiciendo a la antigua máquina de café que no quería funcionar, al lavacopas -sí, también lo golpeaba y maldecía. Pero en este caso era por que le robaba las propinas-.Pobre José, el lavacopas seguro que era un pariente de la mujer y para darle una mano le consiguió esta changuita, pero el atorrante no paraba de afanar. ¡Gracias José y lavacopas!

También podía adivinar los tímidos movimientos de Doña Rosa, la dama tras la caja registradora. Último modelo (la caja), antigüedad (la vieja). Pobre vieja, tanto miedo le tenía a la caja, que la miraba como si ésta la fuese a morder, le temblaban las manos cada vez que tenía que tocarla y respiraba aliviada cuando terminaba cada operación.  Dicen, que una vez en un confuso episodio hubo que sacar a la vieja de adentro del cajón del dinero, como fue a parar allí nadie lo sabe. ¡Gracias Rosa!

Y después de este desfile en el que pudimos ver un toque de infelicidad, estampados de aburrimiento, y peinados de temor, Teodoro Paz sonríe y saborea su café. El ritual como siempre da resultado, “-por suerte los que son más infelices que yo, se reúnen siempre en este bar- piensa Teodoro. Si lo son o no, a quién le importa. Lo que importa es creer que los demás son unos giles y así poder sentirse el rey del mundo, y por lo menos a Teodoro le sirve. La felicidad por comparación, y Teodoro así sale del café rebosante de alegría y atiborrado de felicidad, listo para enfrentar la rutina y ser el infeliz de turno para el que lo necesite.

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